Penélope

A los dos grandes ciegos
Se nos ha contado cómo las valientes huestes aqueas asediaron la bien murada ciudad de Troya durante largas y cruentas lunas, y cómo el ingenioso Odiseo después de crear el ardid con el que venció al divino Príamo vagó por el amplio mar antes de regresar a Itaca. Homero, que fue uno y fue muchos, logró que cada vez que encontramos un hombre capaz de urdir ingeniosos ardides lo llamemos, siempre, Odiseo, de la misma forma que llamamos Penélope a la mujer prudente, casta y fiel. Pero – toda historia tiene uno – ¿cómo se sintió Penélope cuando Odiseo dirigió sus amplias naos hacia la guerra más grande que viviría la antigüedad, una guerra que lo llevaría hasta el extremo norte del Egeo?

El tálamo que albergó a Telémaco fue construido por el propio Odiseo cortando un inmenso árbol, y dejándolo sembrado en el suelo, firme como su unión (como la fidelidad de Penélope). Al salir del palacio de puertas de bronce Odiseo le pidió a Penélope que durmiera siempre en él, la estatua de la fidelidad de los siglos venideros se sintió herida por la sospecha que los dioses habían sembrado en las ciernes del héroe, decidió entonces urdir la historia del viaje más cruento y largo que pudiera soportar Dánao alguno. Sentada en su tálamo nupcial tejió al gigantesco Polifemo llorando por las afrentas de Nadie, tejió el canto de las sirenas, y le profetizó a su esposo su íntima trama a través de Circe. Diosa entre Diosas, más humana que ningún Dios en el Olimpo, Penélope lloró junto a Odiseo mientras añorando su patria miraba el mar, y disfrutó con él en el lecho de las diosas. Durante los soleados días tejió..., y destejió durante las frescas noches del mediterráneo, en el sudario de Laertes, la odisea que las musas le cantaron a un poeta ciego.

Ylsen.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hemos muerto