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Hemos muerto

También me he detenido en los placeres, en los de tu piel, lozana de la mieles, en los de tus dedos, encarnando mis deseos,  en los de tus labios, que me mienten cuando pueden. Me he detenido en los placeres banos, futiles de los clichés,  en las voces que atormentan al poeta, en los antiguos dioses de Grecia,  las beldades medievales, los torzos heróicos, las lozas y sus sabidurías pasadas. Todas esta cosas de mal gusto en la que me deleito, el mal gusto de los que saberes escriben, repitiéndose en sus pusilánimes pensamientos que se consideran auténticos, pero auténtica es la sensación de felicidad, de burla y superioridad, en este pedestal en el que los leo, desde lo alto, sobre el mundo entero, revolcándose en sus detritos intelectuales y sensuales. Hoy me doy cuenta que estamos muertos,  no ha muerto la posibilidad del arte, solamente los corazones, las razones, la sensaciones que nos lleven a un lugar más allá de nosotros mismos,  de nuestra estúpida y pestilente existencia. Hemo

Alivio

 Llevaba una larga temporada sintiendo un agobio terrible, cada momento se me venía a la mente un pesar por mi mismo, una lástima insondable, este dolor por el fracaso frente a todas las empresas que emprendía. Esta historia de amor no estaba domesticada, era salvaje y arrebataba mis fuerzas de una forma descomunal, pensaba que si entregaba profundamente terminaría consumiéndome, así lograría llevarme por la senda que conduce al Leteo, a mi olvido; fue de una forma más aterradora que perder los óbolos de Caronte, me quedé igual en esta orilla perdido, esperando respuesta. Pero el dolor no es inconmensurable. Volvió  la sonrisa a mi rostro, de forma inesperada, porque en el fondo comprendí que no tenía que sufrir por quedarme en este lado del cauce. Así se la llevó la vida, en una borrasca, entre lodo y árboles arrancados, como ella lo decidió. Hoy veo pasar el río, sé que no tengo nada de él en mi, ni él tiene nada mío en sí.

Teatro de máscaras

Hoy tu llamada no me sorprendió, sin terror te he escuchado. Gracias a dios no me tatué tu nombre, pensé estúpidamente, en un pequeño instante me di cuenta de aquello profundo que todavía no supero de vos. Quizá odio a los otros porque están rotos como yo, quizá no puedo superar que en el fondo me rompiste el alma, porque no medí la torpeza con la que me entregué de nuevo a tu deseo. En el fondo creo que lo sabía, que esto sería el acabose. Llevo días enteros queriendo entrara a alguna red social, para publicar mis desventuras, pero odio profundamente que te enteres que existo. Debí borrar tu número y seguir con mi existencia, pero me di cuenta de lo insulsa que se había vuelto mi existencia. Hoy no tengo alientos de odiarte. Me pongo las máscaras de papel de este teatro oriental, para todos, las cambio constantemente, la técnica es impecable y mi público se sorprende y disfruta de mi máscara, pero, por dentro llevo este flagelo. Cassó.

Aciago

 He estado debanándome los sesos una par de años, con la figura que retorna a mi cada mañana, ella es una misma, pero cuando la contemplo en su forma material no concide con aquella que me viene a la mente al amanecer, ella se ha aferrado tan fuertemente a mis pensamientos que ahora es una constate imagen a la que el tiempo no traiciona. Pienso en la traición de mi cuerpo al verse viejo y ataviado con señales del paso del tiempo. Mi cuerpo se recupera rápidamente de las señas que ella ha dejado en la piel para marcarme suyo, parece que mi cuerpo le perteneciera realmente al tiempo, y ella a la memoria. La permanencia irrevocable de ella a mi imaginación tiene tonos agridulces en mi boca y estómago. Pienso un poco en la sensualidad que hubo de ocupar un escritor de la torpeza, entre dos naciones perdido, con un francés lento y un español arrastrado por el frenillo de su lengua, quizá sus manos descomunales que jamás dejaron de crecer, querían dibujar un pubis, quizá unos senos. Mi imagi

EL BAILE EN EL SUR

Atravesando el Mar Caribe, que no recibía aún ese nombre, el barco más ágil de la flota bucanera de Sir Francis Drake deja una estela imponente que marca la dirección en la que se perdió Cartagena en el horizonte. En cubierta el bong del tambor casi no se escucha, opacado por el rítmico andar de los remos sobre las aguas y por el resoplar de los bucaneros. Por una pequeña escalera que alcanza a completar una vuelta en su ascenso de caracol, se llega al camarote más importante del barco: Lady Marien se mira al espejo, mientras el vaivén del buque cepilla su cabello, llevando el pulso que marcan, los remos, sobre las ondas de la mar. Lady Marien está desnuda, colgados y bamboleantes sus vestidos. En la proa y desalojado de su camarote por la dignidad y los honores que se le deben a Lady Marien, Sir Francis Drake descansa en el dormitorio del segundo de a bordo. Sobre la mesa caen y suben las cartas del bridge mientras él, el segundo, y el contramaestre se miran y no se miran. Un a

BAJO LAS LUCES

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Como pasa casi siempre cuando salimos a acampar, a eso de las 12:00 o 1:00 hasta los más farriados dicen –que frío tan arrecho y se meten a las carpas. Sólo los que tiene algo que ganar o perder se quedan mirando al cielo. Emparejados. Al principio la oscuridad se aprovecha y las manos, impulsadas por el frío (por el calor que quema los vientres) se aventuran por los cuerpos y tocan, conocen, y reconocen. Pero, si pasado un rato no aparece el calor del deseo: por rutina, por cansancio, o por nostalgias de otros cuerpos; el tiempo se hace denso y extenso y en el espacio que abre se acomoda el silencio. Para que el silencio no se agrande, y haga de sí un abismo en el que los amantes no puedan encontrarse, las más de las veces la pareja se levanta y se dirige a la carpa, donde tirarán o no tirarán dependiendo de qué tan en serio se tomen el campamento. Pero nosotros no nos levantábamos, aunque el silencio había sido nuestro huésped desde el principio, no por los besos que no son silenci

Alto. La copa o la muerte.

“Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo,”* fue ese el momento en el que volvimos a perdernos. Intento una y otra vez entender cómo se llega a tener tan mala suerte como para tenerlo y perderlo todo tantas veces en una sola vida. Llevaba ya tres meses en el hospital cuando ella llegó. No sé cómo le habrán hecho los de servicios médicos para encontrarla, no sé, pero tiendo a echarle más la culpa al universo que a ellos: ya se sabe de su ineficiencia incluso para hacer las cosas que uno no quiere que hagan. La cosa es que no sólo la encontraron sino que, no se bajo que artimañas, la trajeron; desde el primer momento en que la vi trato de explicarme que hace aquí, sin resultado. Claro, la vida me ha demostrado que hay cosas, actitudes, hechos, que simplemente pasan, nadie los explica, y no hay para qué buscarles explicación, miles de veces tuve que aceptar esta verdad de a puño sin logra