Armonía


Tráeme una toalla. Gracias.

“Nunca pude entender la conversación que sostuve con una señora, hace muchos años, tenía yo diecisiete, ella treinta. Era la noche de Navidad. Habiendo convenido con un vecino en ir los dos a la misa de gallo, preferí no dormir; acordamos que yo iría a despertarlo a medianoche.” Sonaron once campanadas, y yo estaba tomándome un vaso de la cachaza de mi Papá (que en la paz de Cristo descanse) y mirando las grandes nubes que habían opacado el cielo durante todo el día.[1] Alguien golpeó a la puerta, una sola vez, yo estaba cerca, como si supiera que alguien venía, como si hubiera planeado una cita planeada, sin tener conciencia de haberla planeado, usted me entiende, debe acabar de sentirlo. Era ella, la del retrato ¿su mamá? ¿Vive? ¿No? Que en la paz de Cristo descanse. Venía toda mojada.

No ha llovido en todo el día, fue lo único que se me ocurrió decirle, ahí empezó lo raro, mmm mire Vinicius, no tengo idea de cómo se su nombre, era como si la hubiera conocido de toda la vida… nada de quien es usted, ni ¿qué necesita? ni siquiera ¿un café? Nada. Tráeme una toalla, me dijo. No tuve tiempo de dudar.

Reflejada en el espejo de la sala vi como se quitó su blusa blanca, su sostén, su pantalón; se empezó a secar mientras me miraba, era hermosa su mamá, si no se molesta, una mujer extraña y hermosa, no podía apartar mis ojos de su piel morena; sentado en ese sofá, es decir, en otro, pero, de alguna forma en ese mismo en el que está usted sentado, haciéndome el que estaba acostumbrado a ver mujeres desvestirse frente a mi. Se secaba cuidadosamente, poro por poro (rítmica frase, poroporporoporopor… como samba ¿no?) recuerdo que pensé que era como cuando yo me limpiaba el colorete de la tía Jacinta, después de que ella me tomaba entre sus brazos de oso (peludos y gordos) y me asfixiaba entre sus tetas extraterrestres, perdón, no importa realmente. ¿Me regalaría un poco de esa cachaza? Gracias.

Su mirada no era de malicia, ni de burla, ni de coquetería; y yo me sentía tranquilo, excitado y tranquilo a la vez, ella se me acercó, su sonrisa convirtió todo en sonidos: el bajar de la cremallera, el roce de la camiseta sobre mi piel, sus manos acariciando mi torso desnudo, el ruido del sofá que soportaba mi nervioso temblor, los pantalones cayendo al suelo. Tambores en un ritmo endiablado gobernaban mis venas, su voz era brisa y era huracán de viento tropical, viento de un país lejano que yo sentía propi­o.

Dijo, Todos estamos amarrados, cada paso que tú das se cierne sobre mis sueños, cada decisión que yo tomo alumbra tu oscuridad. Como si fuera una contraseña secreta mi lengua se movió sola y respondió: el vuelo de una mariposa en el Amazonas provoca un terremoto en el Japón. Después, y mientras yo perdía mi virginidad (perdóneme, debo contarle todo, créame que no irrespeto con esto a su mamá) ella me repetía al oído – somos el mismo, el uno divisible pero inseparable, el equilibrio de la imperfección, hoy ponemos la semilla del árbol que no comimos, dos de los infinitos lados del gran espejo se reflejan en nuestros ojos.

Su rostro, sus ojos enormes que estaban dibujados en todos mis cuadernos, sus palabras, su boca que era el margen de todas mis acuarelas, su nariz que surgía en todos mis trabajos con yeso, sus palabras, sus manos que me acariciaban desde mis primeros recuerdos de los sueños que anuncian la pubertad, sus palabras, se han repetido en mi mente durante los últimos treinta años.

Hoy, otra vez, como hace treinta años, sonaron solo once campanadas a las doce de la noche. Me dispuse a salir hacia la iglesia, a la misa de gallo, cuando puse un pie en la calle sentí como un cubo de agua me caía encima, mi mamá decía que los veinticuatro no llovía, los veinticinco sí, a veces, pero los veinticuatro no. Salté hacia la puerta y usted la abrió, usted que dice llamarse Vinicius, y lo primero que veo es un retrato de mi hermosa mujer.

- Mi mamá me dijo que usted iba a venir un día, ella le dejó un mensaje, hizo que me lo aprendiera de memoria:
Adán y Eva eran hermanos en un tiempo en que el mundo era uno, sin dobleces, pero ellos no resistieron la libertad completa, e inventaron a un Dios que la limitara, que los echara del Paraíso. Dividieron el mundo en infinitas partes, todas conectadas, todas invisibles y todas limitándose. Sólo la música permaneció libre, eterna, inmortal, pues fue ella la que creó el universo. Cuando dos hermanos, dos átomos iguales de mundos distintos se juntan, procrean un ser libre, totalmente libre, armonioso, musical.

– Toca la canción Vinicius, hijo. La de tu madre.
Ah! se ela soubesse
que quando ela passa
O mundo sorrindo
se enche de graça
E fica mais lindo
por causa do amor.[2]

Ylsen

[1] mi mamá decía que los veinticuatro no llovía, el veinticinco sí, a veces, pero jamás los veinticuatro.
[2] Ah... si ella supiese

Que cuando ella pasa

El mundo sonríe

Y se llena de gracia

Y se vuelve más lindo

Por causa del amor

Comentarios

Gabriel Gale ha dicho que…
Ese comienzo es de Misa de Gallo (Machado de Assis)... lo recordé al leerlo en el Libro al viento del mes pasado en Fundalecura... Tonces te pensé, querido Pablo...
Se me había olvidado decírtelo.
Besos,
Lau.
Valdor ha dicho que…
Señores:
Si van a cbox y consiguen una caja pa ponerle a este chuzo. Es muy jarto tener que entrar a una cuenta olvidada de google para poder decir "kiuvo". Gracias.

http://cbox.ws/

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