Aciago

 He estado debanándome los sesos una par de años, con la figura que retorna a mi cada mañana, ella es una misma, pero cuando la contemplo en su forma material no concide con aquella que me viene a la mente al amanecer, ella se ha aferrado tan fuertemente a mis pensamientos que ahora es una constate imagen a la que el tiempo no traiciona.

Pienso en la traición de mi cuerpo al verse viejo y ataviado con señales del paso del tiempo. Mi cuerpo se recupera rápidamente de las señas que ella ha dejado en la piel para marcarme suyo, parece que mi cuerpo le perteneciera realmente al tiempo, y ella a la memoria. La permanencia irrevocable de ella a mi imaginación tiene tonos agridulces en mi boca y estómago.

Pienso un poco en la sensualidad que hubo de ocupar un escritor de la torpeza, entre dos naciones perdido, con un francés lento y un español arrastrado por el frenillo de su lengua, quizá sus manos descomunales que jamás dejaron de crecer, querían dibujar un pubis, quizá unos senos. Mi imaginación no me ha llevado más lejos de su piel, quizá esa sensación de dibujarla con la llema de los dedos no sea la adecuada, yo la siento todo el tiempo sin necesidad de dibujar nada, en cada ocasión en la que mi mente no está perdida en ideas descomunales, llega ella ella, a mirarme, me pierdo.

Pienso en esta imagen como un  dolor, un pequeño dolor que en el algún momento se  vendrá en tragedia.

(Pienso que esta escritura será una muestra que quede perdida en el tiempo, como señal de mi existencia, como señal de una particularidad que solamente tenía el leguaje para acceder a sí mismo y a los demás)

Cassó.

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