A los dos grandes ciegos Se nos ha contado cómo las valientes huestes aqueas asediaron la bien murada ciudad de Troya durante largas y cruentas lunas, y cómo el ingenioso Odiseo después de crear el ardid con el que venció al divino Príamo vagó por el amplio mar antes de regresar a Itaca. Homero, que fue uno y fue muchos, logró que cada vez que encontramos un hombre capaz de urdir ingeniosos ardides lo llamemos, siempre, Odiseo, de la misma forma que llamamos Penélope a la mujer prudente, casta y fiel. Pero – toda historia tiene uno – ¿cómo se sintió Penélope cuando Odiseo dirigió sus amplias naos hacia la guerra más grande que viviría la antigüedad, una guerra que lo llevaría hasta el extremo norte del Egeo? El tálamo que albergó a Telémaco fue construido por el propio Odiseo cortando un inmenso árbol, y dejándolo sembrado en el suelo, firme como su unión (como la fidelidad de Penélope). Al salir del palacio de puertas de bronce Odiseo le pidió a Penélope que durmiera siempre en él, la...