Felicidad.


Una rata me sigue por la ciudad esperando la noche. La atrapo a veces de reojo, mirando a través de mis brazos flacos, o de vez en cuando la noto cuando la gente se sobresalta, una o dos cuadras después de pasar a mi lado. Sólo se aparta de mi cuando ha supervisado mi entrada ebria y clandestina a la casa sola que habito desde la muerte de mi madre; sale entonces corriendo y trabaja, afanosamente, para cada mañana sorprenderme con un bello presente: una bolsa negra, un pedazo de caja de cartón. Yo recibo sus regalos con aprecio, los desenvuelvo con mi mirada, meticulosamente, hasta encontrar el lugar en que sus pequeños dientecillos lo marcaron , hasta asegurarme de la autoría de su regalo (siempre debe uno asegurarse porque, aunque no creo en las casualidades comprendo que el destino como cualquier otro ser racional tiende a equivocarse, a calcular mal) ya que comprendo que quizá un torpe vientecillo pudo haberse dejado este calcetín sucio al frente de la puerta de mi casa… pero eso nunca ha pasado, siempre encuentro el rastro de sus babitas, la escultura en bajo relieve de sus mordiscos de piraña joven, de adolescente llena de ansias; y cuando encuentro su marca siento una emoción casi virginal, y es como si un olorcito a hogar, a calor entrañable, a abrazo, me envolviera. Tomo entonces la parte del patín de bebé que me he encontrado, y cerrando suavemente la puerta de mi casa detrás de mí para que no piense que me he asustado (siento siempre sus ojitos aguados y graciosos que me miran) acerco esa parte a mi nariz y la restriego contra mis fosas nasales dejando que el olor de mi amiga me invada las mucosidades y se quede conmigo. Así todos los días en la única oportunidad que tengo de ser feliz.

(Foto María Angélica Plata, Tomada de http://www.flickr.com/photos/maplatal)


Ylsen.

Comentarios

Amía ha dicho que…
Pasé por aquí... me gusta...

Un beso

Entradas populares de este blog

Hemos muerto