Crítica de la subversión subvertida y rota. burla, sobre todo eso, que es lo importante, la ¿qué?
Aquí nos colgamos pero no con sogas de las que asficccian, son cuerdas de las que liberan, de las que te vuelven el aliento.
“Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo,”* fue ese el momento en el que volvimos a perdernos. Intento una y otra vez entender cómo se llega a tener tan mala suerte como para tenerlo y perderlo todo tantas veces en una sola vida. Llevaba ya tres meses en el hospital cuando ella llegó. No sé cómo le habrán hecho los de servicios médicos para encontrarla, no sé, pero tiendo a echarle más la culpa al universo que a ellos: ya se sabe de su ineficiencia incluso para hacer las cosas que uno no quiere que hagan. La cosa es que no sólo la encontraron sino que, no se bajo que artimañas, la trajeron; desde el primer momento en que la vi trato de explicarme que hace aquí, sin resultado. Claro, la vida me ha demostrado que hay cosas, actitudes, hechos, que simplemente pasan, nadie los explica, y no hay para qué buscarles explicación, miles de veces tuve que aceptar esta verdad de a puño sin logra...
También me he detenido en los placeres, en los de tu piel, lozana de la mieles, en los de tus dedos, encarnando mis deseos, en los de tus labios, que me mienten cuando pueden. Me he detenido en los placeres banos, futiles de los clichés, en las voces que atormentan al poeta, en los antiguos dioses de Grecia, las beldades medievales, los torzos heróicos, las lozas y sus sabidurías pasadas. Todas esta cosas de mal gusto en la que me deleito, el mal gusto de los que saberes escriben, repitiéndose en sus pusilánimes pensamientos que se consideran auténticos, pero auténtica es la sensación de felicidad, de burla y superioridad, en este pedestal en el que los leo, desde lo alto, sobre el mundo entero, revolcándose en sus detritos intelectuales y sensuales. Hoy me doy cuenta que estamos muertos, no ha muerto la posibilidad del arte, solamente los corazones, las razones, la sensaciones que nos lleven a un lugar más allá de nosotros mismos, de nuestra estúpida y pes...
Atravesando el Mar Caribe, que no recibía aún ese nombre, el barco más ágil de la flota bucanera de Sir Francis Drake deja una estela imponente que marca la dirección en la que se perdió Cartagena en el horizonte. En cubierta el bong del tambor casi no se escucha, opacado por el rítmico andar de los remos sobre las aguas y por el resoplar de los bucaneros. Por una pequeña escalera que alcanza a completar una vuelta en su ascenso de caracol, se llega al camarote más importante del barco: Lady Marien se mira al espejo, mientras el vaivén del buque cepilla su cabello, llevando el pulso que marcan, los remos, sobre las ondas de la mar. Lady Marien está desnuda, colgados y bamboleantes sus vestidos. En la proa y desalojado de su camarote por la dignidad y los honores que se le deben a Lady Marien, Sir Francis Drake descansa en el dormitorio del segundo de a bordo. Sobre la mesa caen y suben las cartas del bridge mientras él, el segundo, y el contramaestre se miran y no se miran. Un a...
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